"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

lunes, 11 de mayo de 2015

Alma de Cadete (Parte 9)

TERCERO  Y  CUARTO  AÑOS


     En mis años de estudiante los cursos se dividían más por años que por semestres y las clases empezaban en Enero. Así era en la Médico Militar y se hablaba del cadete fulano de tal año y del otro de tal año aunque las materias se dividían por semestres. Los exámenes finales eran en mayo y junio  y luego en noviembre. Excepto raras variaciones sobre todo al final de la carrera, siempre fue así.

     Aquel enero de l957 comenzó el tercer año de mi carrera; el quinto semestre como se le diría ahora.

      El 25 de ese mes cumplí veinte años y a esa edad empecé a sentirme ya perteneciente a la familia médica pues empezamos a ver enfermos, a palparlos, a auscultarlos, a percutirlos y ¿por qué no decirlo? a amarlos. A amar al gran maestro, al maestro de maestros: al paciente.

     Si a estos comienzos les agregamos la asistencia de magníficos profesores, la mayoría de clases en el hospital, y el inicio de guardias en admisión y emergencia es posible comprender el gran cambio en actitud del cadete de tercer año ante el mundo, ante su familia y ante si mismo. Yo al menos, me sentía soñado.

     Y eso de sentirme “soñado” a los veinte años palpando barrigas enfermas… (siquiera fueran de chicas guapas y sanas ya fueran malas o buenas…) no era poco pues era todo lo contrario a lo que a mis diez años soñaba yo.

     Resulta que a tan tierna edad y recién regresados de un viaje a España para alcanzar vivo al abuelo materno, viendo y entendiendo el enorme amor que mi madre le profesaba a su padre (era tanto que convenció a papá de viajar en avión de esos de hélice y grandes tumbos y atrasos aéreos con cinco hijos niños (Felipe, el quinto y último en aquel entonces iba todavía viajando en su ‘moisés’) a los pocos meses de terminada la segunda guerra mundial, durante un viaje que hizo las siguientes escalas para cubrir la ruta México – España: México – Corpus Christi – Houston – Nueva York (aquí ocho días de espera) – Terranova – Islandia – Lisboa (aquí otros ocho) – León, España ya por vía terrestre) y ya convencido de que mi madre tenía tiernos y no sólo severos sentimientos, le fui a decir un día todo emocionado que acababa de echar cuentas y había descubierto que para cuando ella y papá cumplieran sus veinticinco años de casados yo tendría diecinueve y que, como ya sería yo muy rico, les haría una fiesta de bodas de plata por todo lo alto. Mamá se carcajeó, me abrazó y me besó haciendo posteriormente comentarios festivos de mi ocurrencia a papá y a todo el que quiso escucharla. Poco sabía ella que mis planes eran los de ser un gran torero para quien la avanzada edad de diecinueve años no sólo era suficiente para ser rico y famoso sino para tener una ganadería de toros bravos y adentro de ella hacer la gran fiesta de las bodas de plata de mis padres.

     Muy orgulloso estaba yo de ser cadete de la Escuela Médico Militar y sentirme parte de la profesión médica. Tanto que ya ni me acordaba de la promesa hecha a mi madre diez años atrás (y no es porque yo olvidara propósitos y promesas fácilmente con la disculpa del paso del tiempo… diez años no eran tantos).

      Aquel año cursé trece materias; trece exámenes finales, trece oportunidades de salir de la Escuela reprobado. Sin embargo fue un año dulce y fácil comparado con primero y segundo. Se había acabado el miedo cerval, el miedo del ciervo, nunca mejor aplicado el término de ese miedo confuso y callado solamente manejable con los recursos propios tan pequeños y tan grandes a la vez.  

     Aparecieron como juegos pirotécnicos, de golpe y deslumbrantes e inesperados los nombres mágicos: “propedéutica”, “semiología”, “nosología”, “clínica”, “táctica”, “adiestramiento”… y no sólo los nombres sino su aplicación en el cadáver, en el perro, en el humano.

     Se dice que los estudiantes de derecho deben empezar a litigar y a pisar los tribunales desde su tercer año de carrera si quieren ser buenos abogados. Estoy de acuerdo. El aprendizaje real, el que se va a aplicar comenzó ese año para mí pero creo que las materias básicas de los dos primeros años, aunque uno luego ya no las recuerde fueron fundamentales para entender al menos el vocabulario que ha de usarse; ciertos principios científicos (aunque la medicina no es una ciencia) y la forja del carácter del futuro médico (el maestro  Kumate dijo alguna vez que lo menos que se podía esperar de quien hiciera y terminara la carrera de medicina era el manejo de tres mil nuevas palabras) (al terminar la secundaria un adolescente anda por las mil).

     Eso de que la medicina no es una ciencia bien vale dedicarle unos renglones pues puede parecer raro que yo, que soy un enamorado de mi profesión, diga eso máxime que mi tipo es bastante adecuado para inspirar confianza en el ejercicio de ella (aunque también lo pudo haber sido para triunfar en los ruedos).

     Ciencia es la física, la química, las matemáticas y otras más pero la medicina es un arte científico, o sea un arte que echa mano de la ciencia. Tendemos  a confundir los avances tecnológicos con los científicos. También la tecnología tiene mucho de arte y lo pone al servicio de la ciencia.

     Me enteré hace poco por boca de Jorge Islas, querido compañero quien es ahora eminente neurólogo y neurofisiólogo clínico, contando además con uno de los poquísimos doctorados que hay en México en Ciencias Biomédicas, que en la vejez se reduce la capacidad del hemisferio cerebral izquierdo; el juicioso el razonador; no de todo el cerebro, incrementándose la del hemisferio derecho; el artístico. ¡Que bueno que así sea! Para los que cultivamos el arte de la medicina es una magnífica noticia y… además… ahora entiendo por qué toco mejor la guitarra y me salen peor las cuentas.

     Esto de mi profesión es un tema que mucho me agrada y me enorgullece, pero debo contar una humilde anécdota muy interesante al respecto.

     Hace ya muchos años me estaba  afeitando y escuchando desde el baño la televisión encendida en el cuarto. Se estaba entrevistando a uno de los premiados ese año con el premio nacional de ciencia y tecnología y el entrevistado estaba diciendo:

     ----Mi profesión es la más hermosa del mundo

     Médico, seguro, me dije.

     ---- Tiene que ver con la salud.

     Más seguro que es médico.

     ---- Con la alimentación.

     Mmmh… bueno, sí ¿por qué no?

     ---- Con la energía.

     ¡Ah chingao!, bueno, con la que proporciona la salud.

     ----Con el transporte.

     ¡Ah cabrón!... y que me asomo a ver.

     Era un viejo de suetercito y bigote tipo Einstein que al asomarme yo y como si supiera que lo estaba viendo, me espetó, sonriente:

     ---- ¡Soy Ingeniero Hidráulico!

     …. Y que me sobreviene por primera vez en la vida un ataque de humildad.

     He contado varias veces esta anécdota recibiendo comentarios diferentes pero el mejor y único que me consoló fue el de mi querido socio, Dr. Ernesto Natera, muchos años más joven que yo quien dijo (textualmente):

     ---- Bueno… sí… pero para poder hacer todo lo que dice que sabe hacer; ese buey primero tiene que estar sano.

     El maestro que brilló con luz propia e incomparable en el firmamento del tercer año fue Píndaro Martinez Elizondo. Se paró ante el pizarrón, dibujó la pared del abdomen de un modo esquemático: el ombligo era un punto en el centro, las costillas dos líneas arqueadas por arriba y las ingles dos rayas inclinadas por abajo y luego, sobre de él pintó un gato. No buey, no un gato de verdad; un gato de esos de poner una X ó una O. Arriba escribió: “hipocondrio derecho”, “epigastrio”, “hipocondrio izquierdo”. En el medio escribió: “flanco derecho”, “mesogastrio”, “flanco izquierdo” y abajo puso; “fosa ilíaca derecha”, “hipogastrio”, “fosa ilíaca izquierda”. Ese día me sentí médico y ya habiendo aprendido a lograr sonidos por percusión con los dedos; el primer día de franquicia por la noche le platiqué a la novia mi nuevo y deslumbrante conocimiento intentando demostrarle las regiones y sus sonidos en vivo, a lo cual se negó.

     Sobre ese dibujo. Sobre esa alfombra mágica se desarrolló la mayor parte de mi profesión antes de hacerme oftalmólogo. Desde ese día hasta ocho años después en que terminé la carrera y cuatro años de residencia hospitalaria palpé, comprimí, descomprimí, percutí, ausculté, abrí y cerré innumerables veces esa superficie que Píndaro me enseñó a reconocer por vez primera

     Nunca me cansaré de recordar a ese maestro joven que hacía pocos años había terminado su residencia hospitalaria y que iniciaba sus pasos como reumatólogo (especialidad poco conocida en aquel entonces) además de ser el flamante director médico de los laboratorios Geigy los cuales se orientaban mucho hacia los productos destinados a las enfermedades reumáticas.

     Tenía además un excelente sentido del humor, espíritu de servicio, fantasía y desprendimiento (hacía falta desprendimiento para entregarme un artículo inédito “Fenilbutazona en la Fiebre Reumática” para serle publicado en nuestra revista escolar apenas iniciada unos meses antes)

     Fue el médico preferido por mi madre durante muchos años y me han dicho que aún vive y que hasta da consulta.

     Dios quiera y llegue esto a sus manos querido maestro.

     Antes de comenzar a escribir este libro mi compañero y gran amigo Ramiro García Reyes me sugirió que publicara algo en forma de cartas y me parece gran idea.

     Como  ya nos vamos conociendo te voy a escribir de esa manera ¿vale?

     Si crees que ya por estar en tercer año todos los maestros eran especialistas chingones, estás jodid@ .

     Uno de los peores que tuve me dio anatomía ya no descriptiva como la de primer año sino regional, pomposamente nombrada en los papeles oficiales como “Primer curso de Patología Propedéutica Clínica Médica y Quirúrgica (Anatomía Aplicada Teoría y Práctica)” ¿le agarraste? ¿entendiste bien? ¿verdad que ni madre?.

     Quien la daba gozaba del dudoso prestigio se haber sido el médico del escuadrón 201  en la segunda guerra mundial. Se decía neumólogo y sus preguntas eran más o menos así:

     ---- Si usted introduce una aguja de tejer por el borde inferior de la quinta costilla derecha a cuatro y medio dedos de la línea media ¿qué estructuras anatómicas va tocando en su recorrido hasta salir por la pared posterior del tórax?

     ---- (Putísima madre)… pues el pulmón derecho maestro y los músculos y piel de adelante y de atrás y… y… la pleura.

    No compañero había que hablar de la pleura parietal y la visceral y el espacio pleural virtual y un chingo de nervios, vasos y linfáticos y la orilla del mediastino con todos sus misterios escondidos en grasa… (recuerdo la maravillosa descripción de Marguerite Yourcenar en “Opus Nigrum” cuando se refiere al corazón como ese gran pájaro rojo en su jaula oscura) y… ¿cuáles fascículos de cuáles músculos?… y sus aponeurosis o fascias y la madre que los parió a todos, junto con el maestro.

     La locura, porque además no nos había enseñado nada ni nos había dado temas de estudio. Eso sí, nos puso de cuatro en cuatro a escribir un libro de anatomía ¿lo puedes creer?

     Para variar yo me había comprado para esa materia los tres enormes tomos de la Anatomía Topográfica de Testut (eran otros; no los cuatro tomos de la descriptiva del mismo autor en primer año) pues ya desde entonces tenía la mala costumbre de creer que muchos libros y caros me iban a hacer saber más. Todavía hace unos años fui a España nada más para comprar dos guitarras flamencas de poca madre creyendo que con ellas iba a poder tocar como un virtuoso… y sin pánico escénico.

     Estas compras del Testut de primer y luego de tercer año fueron innecesarias pues no eran el texto adecuado. En primer año eran los modestos tres libros de Quiróz, en existencia en la biblioteca de la Escuela y en tercero nunca supe que hubiera texto alguno, más que la loca fantasía del Dr. Blanco Cancino.

     Este asunto merece dos últimas anécdotas:

     Cuando recién era apenas oyente de primer año y le pedí a papá ochocientos pesos (en 1955) para el Testut que había descubierto en una librería de libros usados en la avenida Hidalgo, echó mano a la cartera diciendo que eso era más que todo lo que había él gastado en sus estudios y que habría que ver que hacía yo con tanto dinero en “un solo libro”.

     Papá estudió los tres años de rigor en la escuela de su pueblo y con sólo eso triunfó plenamente en la vida. Fue, eso sí, un lector de grandes alturas.

     La segunda anécdota es que éste médico de marras siete años después me echó a perder un promedio anual de diez perfecto como médico residente de tercer año en el Hospital Central Militar. Resulta que él no le ponía diez “más que a Dios” según sus palabras. Habiendo pasado por su servicio haciéndolo todo sin tacha; llevé además a cabo un trabajo de investigación que hubiera valido por si sólo un doctorado. Consistía éste en hacer biopsia de masa pre escalénica (tomar muestra de unos ganglios linfáticos del pecho escondidos entre ciertos músculos, unos de ellos llamados “escalenos” (por parecerse al triángulo del mismo nombre) y dejar ahí un tubito de plástico que días después se sacaba para que el líquido acumulado en su interior fuera sometido a examen con objeto de hacer diagnóstico diferencial entre tuberculosis e histoplasmosis en pacientes en quienes existía la duda pues la simple imagen radiológica no era concluyente. Aún no había pruebas diagnósticas finas indirectas al respecto y la confusión podía ser de malas consecuencias.

     Este bello trabajo me fue sugerido y complementado por quien fue ese año jefe de residentes y luego exitoso neumólogo y presidente de la academia nacional de medicina ¿ó de cirugía? Mi querido y respetado Porfirio Cervantes Pérez quien cursaba el tercer año cuando fui pelón y siempre fue un caballero y verdadero amigo.

     Para hacer estas biopsias entraba yo al quirófano sin nadie a mi lado y con anestesia local hacía la pequeña cirugía poco antes de la hora de cenar.

     Una de esas tardes me perdí en los planos porque empezó a sangrar más de lo habitual. Cuando me di cuenta ya mis botas de trapo comenzaban a chacualear en la sangre del piso. Creí que iba a penetrar al tórax y sentí pánico pues pedir ayuda y sangre significaba el ridículo y un bajón tremendo en calificaciones de las cuales peleábamos décimas de punto para poder quedarnos un año más en el Hospital.

     Logré terminar todo bien esa tarde. Pero al final de cuentas y sin saber nadie de mis penurias lo que no logré fue el diez porque ese jefe de servicio me puso un nueve que era lo máximo que le ponía a un ser humano (¡si no se estaba calificando a dioses, carajo!).

     Ese año subí a residente de cuarto año con el primer lugar pero con promedio de nueve punto nueve por culpa de ese general que quiso ser mi maestro y mi jefe de servicio y sólo fue uno más de aquellos que me enseñaron lo que yo no quería ser.

     Sin embargo voy a contar algo grato de él y que sí me dejó una enseñanza para toda la vida.

     Una vez me preguntó la técnica para hacer una punción pleural (puncionar el tórax para sacar líquido de la pleura). Cuando ya llevaba buen rato diciendo los pasos a seguir y él contestando: “antes”, “antes”, “antes” llegó el momento en que le dije que no alcanzaba a entender cual paso me faltaba, a lo cual me contestó con una sonrisa:

     ---- Antes que nada, “doctor”, se sienta usted y se pone cómodo.


     Luego supe que su chamba en el medio civil era en la embajada de los Estados Unidos y consistía en ver radiografías y más radiografías de tórax sentado, por supuesto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario