"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

miércoles, 27 de mayo de 2015

Alma de Cadete (Parte 11)


     Fue en este magnífico 1957 cuando, ya para finalizar nuestro tercer año sacamos la Revista de La Escuela Médico Militar pero antes de meterme en este bello capítulo déjenme explicar más o menos lo que un cadete de tercer año era para los demás… ó lo que era para mi.

     Un cadete de tercer año, a la mitad de la carrera era aquel que podía atreverse a lo sublime y tal vez no lo echaran de la Escuela.

     Daré como ejemplo lo que hizo la generación que estaba en tercero cuando yo entré y lo que hizo la nuestra cuando estaba ya en ese mismo año.

     Aquella generación 1953 – 1958, la de Camou, Torres Eyras, Valencia, Castro Orvañanos y tantos otros que les valdrá madre leer a la mayoría de quienes me lean pero que a mi me emociona el simple hecho de nombrarlos. Hizo algo sublime una mañana a la hora del desayuno. Juntó todos los hot cakes de una larga mesa y con aquella inmunda y pegajosa masa levantaron la estatua de un inmenso pene asentado sobre dos grandes testículos apuntando, cirncuncidado y ostentando un rotundo glande, bien hacia arriba.

     Terminada su obra se mantuvieron sentados con los brazos cruzados negándose a desayunar.

     El director de la Escuela llegó hecho la chingada en su flamante Buick; en pijama, bata y zapatillas, así como el intendente. 

     Nunca hubo represalias.

     Nuestra gloriosa generación 1955 – 1960 sacó la Revista de la Escuela Médico Militar (también consiguió que se formara un equipo de futbol, con uniformes, zapatos y porterías en el campo pero eso fue algo antes) (estos asuntos y hechos como el de contar con un chingo de veracruzanos y ser todos  nosotros de fuerte personalidad hizo de nuestra generación un grupo respetado y hasta temido tanto por las generaciones posteriores como por las anteriores a la nuestra) (nuestro muy querido compañero Jorge Islas ha tenido a bien investigar nuestra trayectoria durante los cincuenta años de recibidos que estamos a punto de cumplir y nos ha notificado lo históricos que somos no solamente por el altísimo porcentaje de nosotros que seguimos vivos sino por la enorme cantidad de puestos importantes tanto militares como en el medio civil que hemos desempeñado con eficiencia y calidad). Esta revista, con el lema de “Scientia el Veritas” escrito en la portada por la novia de uno de nosotros sobre el escudo de la patria; bellamente presentada y de gran calidad, fue una verdadera sensación pero a la tercera emisión  nuestras autoridades la retiraron de la circulación.

La cosa estuvo así: Aparte de magníficos artículos que nos proporcionaron tanto maestros como condiscípulos, se incluyó uno humorístico elaborado en conjunto por varios de los que vivíamos en cuartos aledaños. De pié, alrededor de uno de nosotros que escribía sobre un buró y sentado en el camastro (no había mesa ni sillas en los cuartos) íbamos todos exponiendo ideas para ir conformando la “Historia de Sotelochtlán”. Era este artículo una reseña humorística de acontecimientos escolares que, como sucedían en la lomas de Sotelo, adonde estaba ubicada nuestra Escuela, se nos había ocurrido la peregrina pero bonita idea de hacer un parangón con Tenochtitlán.

     Los nombres ó apodos de los protagonistas eran modificados para que sonaran muy en lengua náhuatl pero fácilmente identificables y así por ejemplo el de aquel coronel del cura y la perrita que se apretaba el labio superior con un índice tembloroso por lo cual su apodo en curso era ‘el tembeleque’ pasó a llamarse “tembecéhuatl” y aquél cadete ‘negro, pendejo y poca madre’ se convirtió en “nepepocama”. Aquel capitán intendente encargado de la ropería y que era totalmente obtuso de criterio por lo cual le apodábamos ‘el obtuso’ pasó a ser “obtusipec”. Muchos de estos nombres, como el de nepepocama cuando salieron de la boca de uno de nosotros por primera vez nos mataba de júbilo. Muchos más fueron apareciendo y consagrándose a tal grado que hoy en día siguen siendo motivo de plática y alegría entre nosotros. Los cadetes de otras escuelas tomaban sus nombres tribales de algo característico como por ejemplo, los de Transmisiones eran los “transmisíhuatls”, los de la Escuela Naval eran los “navaltecas” ‘tribu de pescadores provenientes del golfo’ y así sucesivamente, con grandísimo éxito entre todos los alumnos cada vez que salía un número de la revista a la luz.… hasta que cometimos el error y sobrevino el desastre.

     Resulta que al referirnos al general Leobardo Ruiz papá de nuestro querido compañero del mismo nombre y quien ocupaba el cargo de director de educación militar; le pusimos “ruizilopochtli” ‘el más viejo de nuestros dioses’… y los jefes creyeron que nos referíamos a Don Adolfo Ruiz Cortines presidente en ese momento de nuestra querida República Mexicana y de quien todos los chistes en circulación versaban sobre su avanzada edad.

     Putisisisísima madre: Sergio Mendoza y yo, directores de la revista fuimos guardados en la guardia en prevención en espera del consejo de honor y expulsión de la Escuela y por poco hasta el compañero Reinaldo López Bosch, de muy grato recuerdo, y un año anterior a nosotros sigue el mismo camino por ser ese año el presidente de la sociedad de alumnos. Como nuestra revista se ostentaba como órgano oficial de tal sociedad sin que en realidad ninguno de los integrantes de la misma tuviera vela en el entierro, ya nos los andábamos llevando entre las patas. Lo que nos salvó fue que, aunque la revista se inició estando Mendoza y yo en tercer año, la debacle vino a mediados de cuarto y ya para entonces el asunto era muy diferente. Ya la patria no nos soltaría tan fácilmente. Ya le habíamos costado más de tres años de inversión y éramos  una promesa a la que no estaba dispuesta a renunciar. Los jefes se conformaron con el susto que nos llevamos, prohibieron en principio el artículo pero recogieron todo el tercer número cuando estaba a punto de ser repartido y de aquella revista de tan grato recuerdo sólo quedan unos poquísimos ejemplares. Tres de ellos en mi poder y algunos más en el de Mendoza, como si fueran un tesoro (que lo son).

     Sergio Mendoza: a quien esto lo marcó para siempre y siguió al frente de la Revista de Sanidad Militar mientras estuvo en el servicio activo. Prestigiado general y médico cirujano gastroenterólogo quien todavía, con más de setenta años a cuestas sigue dando clases relacionadas con el modo de publicar correctamente en la Escuela de Graduados.

     Quien siempre ha sido el factor aglutinador de todos nosotros requiriendo con insistencia que desarrollemos nuestra capacidad creadora, de preferencia literaria.


     Sergio Mendoza Hernández: quiero decirte que en gran parte gracias a ti, a tu recuerdo, a tu ejemplo y a tu cariñoso requerimiento creativo, escribo pensando en ti.

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