La palabra “poesía” es bella. Significa
“creación”. La aprendimos a usar como “poyesis” durante la carrera:
‘hematopoyesis’ ...creación de sangre …‘órganos eritro poyéticos’ ...creadores
de eritrocitos, y yo al menos no tuve la epifanía (vulgarmente decimos ‘caer el
veinte’) de lo que la palabra ‘poyesis’ significaba, hasta que a los treinta y
tantos años me auto regalé de cumpleaños los cuatro grandes tomos del
diccionario etimológico de Corominas …¡que deleite de regalo!
No solamente la etimología de la palabra
‘poesía’ le dio nueva dimensión a mi vida …sí, en serio; …una palabra puede
enriquecerte la vida …busca la palabra ‘perro’ en el Corominas y te aseguro que
tu concepto de la masculinidad, el matrimonio y la paternidad se te va a
convertir en algo más rico y digno.
También la lectura de la poesía me hizo
crecer …pero de eso aún tengo que hablar y será más adelante, máxime que mi
grado de Mayor y el del padre de Jaime Sabines, también Mayor, estuvieron y
siguen estando para siempre unidos en mi alma y en mi corazón por haberme dado
fuerza para sobrellevar la muerte del mío en aquellos años de competencia y
locura.
Como sé que muchos de mis lectores no van
a buscar la etimología de perro se las voy a desglosar muy brevemente (en el
Corominas ocupa cuatro páginas, mucho, muchísimo más espacio que otras
supuestamente cultas e importantes como la palabra ‘persona’ que le sigue a
continuación).
Por cierto que la palabra ´persona’
también es una belleza y de ella les voy a hablar apenas termine con la palabra
‘perro’ pues fue tema central de una pieza con la que me saqué un primer lugar
en un concurso de oratoria (durante mis dos primeros años de internado
rotatorio hice un curso en ‘ACORH’ (Asociación Cultural de Oratoria y
Relaciones Humanas) para darle más brillo a mis participaciones públicas en el
hospital, como por ejemplo las famosas ‘sesiones clínico patológicas’).
Algunos compañeros cultos (¡saludos Pancho
Vargas!, ¡Campa!, ¡Fuentes Aguilar!), llevaban como invitado a un viejo médico
español refugiado: Don Antonio Oriol Anguera y escuchándolo hablar de medicina
lleno de romanticismo y poesía me enamoré del bien hablar, del bien decir y del
bien escribir. Gracias Don Antonio …que en Gloria esté ya que muy merecida se
la tiene.
La palabra ‘perro’ es una onomatopeya y
viene de cierto ruido hecho para azuzar a los canes en el pastoreo o durante la
cacería, algo así como ‘prrr, prrr’.
La palabra no onomatopéyica fue ‘can’ pero
…¿saben por qué perdió terreno y casi desapareció del lenguaje habitual? Por no
tener su equivalente femenino ni diminutivo (en serio, por eso fue). No existió
la palabra ‘cana’ ni ‘canitos’ para la esposa ni los hijos de papá ‘can’.¡Aguas!
aquellos que le tienen miedo a la masculinidad (aunque sea sólo onomatopéyica
en algunos), a la vida de pareja y a la paternidad; no vayan a desaparecer.
Para mi un buen poeta no es aquel que nada
más escribe poesía bien, sino aquel que me dice algo que yo creía saber pero
que nadie me lo había sabido explicar ni dicho de esa manera.
En épocas de conflicto espiritual y
cuestionamiento acerca del famoso ‘de dónde vengo’ y el ‘adónde voy’; en que se
me veía con libros bajo el brazo de títulos tales como ‘Del Bing Bang a los
Agujeros Negros’ o ‘Cómo el Hombre Llegó a Ser Gigante’ que, aunque me siguen
fascinando, nunca me sacaron de ningún hoyo existencial, me encontré con la
poesía.
En aquel principio de mi romance con ella,
mi primera novia fue la poesía de Sabines.
Con los años fue multiplicándose mi
admiración y búsqueda ‘ad infinitum’ y no me quiero salir de esta sección de mi
libro sin dar constancia de la poesía que me conmovía y me sigue conmoviendo
más profundamente.
Han
sido y hasta la fecha lo son una mujer: Santa Teresa de Ávila, y un hombre:
Antonio Machado, los monarcas en el reino de mi vida poética. Entre ellos no
hay espacio. Está lleno con deleites tales como José Hernández y su Martin
Fierro; Alonso de Ercilla y La Araucana; Zorrilla, Gabriel y Galán, Espronceda,
Rafael de León, Miguel Hernández, Benítez Carrasco, López Velarde, Leopoldo
Lugones, Quevedo …y …ya …ya …no voy a acabar nunca.
“Persona”. Hermosa palabra digna para una
reflexión de un hombre que aspira aún a serlo a pesar de tantos años de estudio
y de ejercicio profesional.
Ya no digamos: tantos años de vida común y
corriente …y menos diré ‘más corriente que común’, porque nada ha tenido de eso
…y de la que, si Dios así lo quiere, escribiré más adelante refiriéndome a mis
muchos años fuera del ejército.
Ya lo he dicho y lo repito: “No se mueve
la hoja del árbol ni se escribe la página del libro si no es por la voluntad de
Dios”.
Esta palabra viene de ‘hacer sonar la voz
a través de’ …‘per sonare’ y si te parece raro eso de ‘hacer sonar la voz a
través de’ te remito a la dulce palabra ‘diabetes’ que viene significando: ‘
pasando a través de un sifón’ o alguna mafufada parecida.
Un ‘per sonare’, o sea una ‘para sonar’, era
la máscara parecida a esas de la comedia y la tragedia griegas, y se la ponía
el actor ante la cara para que, como caja de resonancia y a través del orificio
correspondiente a la boca (como la tarraja de la guitarra …vaya) hiciera más
sonora y audible la voz en aquellos teatros al aire libre que quien no los haya
conocido no necesita más que volver a ver ‘El Padrino III’ para emocionarse
ante una representación de aquellas, pero en la Grecia del siglo veinte ya con
otra acústica.
Lo verdaderamente interesante y
enriquecedor de todo este rollo es saber que no cualquiera podía actuar en el
antiguo teatro griego. ¡¡Había que ganarse el derecho siendo excelentes
individuos!! ...la palabra ‘persona se volvió sinónimo de ‘ciudadan@ de
polendas’, de trapío, de buena crianza y mejor lidia …vaya, como los toros que
enorgullecen al ganadero.
Como los seres humanos que enorgullecen a
Dios.
Buscando ser perdonado por éste, mi último
arrebato taurino, sobre todo por aquellos enemigos de la fiesta brava (que son
muchos …lo sé) les voy a dar un tip que no cualquiera se los da: Si quieren
leer algo delicioso acerca de merecerse una actuación y ser una persona cabal
según los inventores de la palabra ‘persona’ lean o vuelvan a leer el ‘Cristo
de Nuevo Crucificado’ de Nico Kazantzakis (no tiene desperdicio).
Lo de pedir disculpas por mi afición
torera nació a causa de mi libro anterior ‘Alma de Cadete’ habiendo leído el
cual uno de mis compañeros de generación me dijo: ¿cómo puedes mostrar tanta
supuesta sensibilidad al sufrimiento de los animales (cirugía en animales,
cirugía experimental, rastro de aves etc. desglosado en dicho libro) si te
muestras tan taurófilo?
Me sentó bien el puyazo y como soy de
buena casta, decidí dar la pelea, pero no con el argumento ya tan sobado de que
el Uro era una especie en extinción y que fue rescatado para los juegos
taurinos del hombre y que ahora se jode y nos aguanta, pues no existiría de nos
ser por nosotros. No …ni madre. Esto, todo, es cierto, pero hay que decir
también que fue rescatado por amor y para darle la vida y la muerte que pedía
esa tan noble y hermosa especie exactamente igual que los humanos rogamos por
una buena vida y por una buena muerte.
Quisiera, hacer una buena exposición de
este asunto.
Quiero aclararme y aclarar a quien me
quiera leer cómo siento yo esto de la fiesta brava entremezclado con el ajedrez
y con mi profesión, porque creo mi deber ante ustedes pintarme de cuerpo entero
tanto como mayor médico cirujano de veintisiete años de edad haciendo mi cuarto
año de ‘residencia’ hospitalaria como de ser humano normal y sin atributo
especial alguno …¿les parece raro? ...¿absurdo incluso? ...¡ahí les va!
El ajedrez me ha mostrado que no basta que uno actúe siempre de
acuerdo con los principios reconocidos para volverse grande. Aprendí lo
cotidiano y banal que es conseguir ventaja material, que el espíritu de
victoria se impone a la materia y que el aficionado al ajedrez percibe en las
entregas y sacrificios de gran dimensión la prodigiosa dimensión que él a su
vez sueña para su vida y que nunca suele encontrar.
Lo mismo me sucede con la fiesta brava,
pero en la cual el actor principal es el toro; él es quien nos enseña a vivir y
a morir. El hombre oficia a su lado y lo acompaña como sacerdote –durante el
ritual de sus quince minutos de entrega y de muerte– vestido de luces y bajo el
sol. No de matarife trepado en lo alto de un túnel sórdido y oscuro en un
rastro que huele a sangre y excremento …y miedo también …pero nada más del
animal …no del hombre.
La res brava empieza a embestir y a pelear
desde los dos días de nacida. Tanto el becerro como la vaquilla. Es el único
animal que pelea a morir sin necesidad de hambre o de celo sexual o de anhelo
de liderazgo. Se dice que pelea por su terreno, pero yo, al verlo salir al
ruedo me pregunto ¿el terreno de quien? De ahí nada es suyo y ya pelea. Pelea,
embiste y mata porque ese es su código genético. Sólo puede sobrevivir así en
un ambiente de absoluto dramatismo primitivo.
No produce bienes de consumo que
justifiquen su existencia en la naturaleza pues no es carroñero ni minero ni
equilibrador ecológico en ningún otro sentido. En resumidas cuentas, es un
glorioso inútil, pues ni siquiera sirve de presa para otros depredadores.
El toro bravo fue descubierto, mimado y
cultivado por el hombre en un culto dirigido hacia la belleza de la muerte. De
la muerte digna y con gloria cómo él la sueña y nunca consigue.
El protagonista, el héroe, el ejemplo en
la corrida es el toro.
Le han hecho hermosos monumentos en
Valladolid, en Málaga, en México …¿En donde están los monumentos a los chingos
y chingos de perros sacrificados en el aprendizaje de la cirugía en nuestra
Escuela de las Lomas de Sotelo? ¿O a los miles de cerdos y vacas muertos ‘en
aras de la ciencia’ en la Universidad de Minnesota?
Lo que no tolero es el chacoteo taurino;
el encierro de los ‘San Fermines’ y menos aún los de ‘Huamantla’. Los pinches
festejos taurinos de mierda en plazuelas ignotas mal improvisadas o las tardes
en plazas más o menos serias pero de poca monta en las que los diestros
ansiosos de cualquier oportunidad aceptan torear marrajos de 5 y 6 años llenos
de peligro y sentido, por lo que son maltratados en los chiqueros para restarles
fuerza y peligrosidad.
La fiesta de los toros ha de tener mucha
calidad …como el ejercicio de la medicina.
No se vale andar tratando apendicitis con
aspirinas. No se vale hacer corridas de toros de burla y carcajada.
Y me pregunto por qué
ni
siquiera en sueños sé;
soñándolos
en su empeño,
quien es
verdad, quien es sueño
si el torero, todo de
oro
o todo de
negro el toro.
Algo así escribía Pepe Alameda.
…Y
así lo hacía Benítez Carrasco:
Al filo de tus pitones
la gloria y la muerte van.
Si a mí la gloria me dan,
te ruego que me perdones.
Y me vuelvo a preguntar ¿dónde está la
poesía de la Sociedad Protectora de Animales? ...quiero leerla y disfrutarla
para ver si me convence más que todos estos poemas con que Manuel Benítez
Carrasco exaltó a los perros, a las aves, a los peces, a los caballos y a los
toros.
Este excelso poeta andaluz enamorado de la
buena fiesta brava …al igual que yo.
Cuando estaba terminando el tercer año
rotatorio el maestro Abelardo Zertuche consiguió que en el Hospital General de
México se abriera una plaza para que yo hiciera ahí la especialidad de
Oftalmología.
Yo le había pedido esta oportunidad hacía
ya dos o tres años, cuando me di cuenta de que el oftalmólogo más joven del
ejército me llevaba más de quince años de edad. Esto, aunado a los motivos
personales y familiares que me inclinaron hacia dicha especialidad, me hizo
presumir que ante mí se abría un amplio panorama para no sólo ser oftalmólogo
sino para ser jefe de sala y de servicio en no muchos años.
Tenía la aspiración ¿por qué no? de ser
especialista, adscrito y jefe de un servicio dentro del Hospital Central
Militar. No quería ir a un batallón de provincia, y uno de los motivos de tanto
esforzarme por ser ‘residente’ de cuarto año era por asegurar plaza en el
Distrito Federal.
Mi concepto de la medicina en provincia
era malo y pobre. Hacía mío ese dicho de ‘fuera de México todo es Cuautitlán’ y
pensaba que la vida en provincia era como la del Chilpancingo recién conocido y
vivido por un mes y que, aún siendo capital de un estado, era lugar muy poco
atractivo para mí.
Pensaba que no sólo en lo profesional era
pobre, sino en lo social e intelectual; que fuera del cura, el maestro, el
boticario y el veterinario, no habría con quien platicar ni jugar ajedrez.
Mi idea de la provincia venía de los
pueblos de mis padres, de Chilpancingo y del rencoroso concepto que tenía de
Monterrey mi hermano Ángel, quien había estudiado ahí la carrera y se la pasaba
haciendo mofa de aquella ciudad con su
banda de amigos intelectualoides.
Hablaban de que era una ciudad inocentona,
sin diversiones, cerrada a los chicos del D. F., y yo creo que por este lado frustrante
para ellos, estudiantes foráneos, andaba el problema pues hoy en día me parece
un sitio ideal para vivir, progresar y ser un excelente profesionista, así como
un feliz y digno ciudadano.
Dicen que si quieres hacer reír a Dios le
platiques tus planes.
Al año siguiente de mi charla con el
maestro Zertuche se metieron a hacer Oftamología en el mencionado Hospital
General, que era el mejor lugar para hacerlo en México, cuatro compañeros: uno
mayor que yo por un año y tres mayores que yo por tres años.
¡Caput! con mis aspiraciones. Me esperaría
un futuro como oftalmólogo en el hospital regional de alguna provincia,
necesitado de dicho servicio.
Ya lo había en Veracruz y en Irapuato,
pero faltaba en Mérida y en Chilpancingo …¡en la madre!
Aquel 1964 en que mi plaza me esperaba
para hacerme especialista, yo tenía por delante un cuarto año de ‘residencia’
en medicina y cirugía general largamente
esperado; esforzadamente peleado que me aseguraba la estancia en el D. F. y el
goce de las mieles de un triunfo como pocos hay en la vida.
…Tomé una peregrina, peligrosa y valiente
decisión:
Haría las dos cosas. Sería ‘residente’ de
cuarto año y en mis momentos libres me haría oftalmólogo dentro del Hospital
Central Militar que en aquel entonces no daba especialidad alguna, como no
fuera algo en el área de psicoanálisis dentro del servicio de Psiquiatría.
La “Escuela de Graduados” no existía aún y
para especializarse había que ir a otros lugares. En el Distrito Federal los
más conocidos (al menos para mí) y reconocidos, sin necesidad de ir al extranjero,
eran el Hospital de Enfermedades de la Nutrición para hacerse gastroenterólogo,
el Instituto Nacional de Cardiología para hacerse cardiólogo, el Hospital
Infantil para hacerse pediatra y el Hospital General de México para hacerse
oftalmólogo.
Me
sentí capaz de ser pionero y de abrir la especialidad en mi hospital, para lo
cual me puse en contacto con David Gutiérrez Pérez.
Este binomio: David Gutiérrez–Eduardo
López fue oportuno y luminoso.
No hubiera podido hacer la
especialidad sin sus apuntes, orientación y oportunidades.
El acababa de ingresar al
Servicio de Oftalmología como adscrito después de terminar los dos años de
especialización en el Hospital General y se volvió el brazo armado de Don
Abelardo Zertuche, quien poco después fue nombrado Director de Sanidad Militar.
Ya no era un binomio, era un
trinomio: la posición privilegiada del maestro (don Abelardo), un adscrito
impetuoso (David) y un ‘residente’ ansioso; que era yo.
Empezó a llegar equipo nuevo a
la sala. Se impuso el plan de estudios de post grado del Hospital General y yo
copiaba apuntes, entraba a cirugías de ojos todo lo que podía, cedía grandes y
múltiples oportunidades a mis agradecidos residentes de tercer año, iba a
cursos de especialidad fuera del hospital en mis tardes libres, ordenaba
transparencias, armaba conferencias, aprovechaba oportunidades quirúrgicas,
sondeaba lagrimales en cadáveres, operaba ojos en los asilos de ancianos de la
Secretaría de Salubridad, pastoreaba cataratas por las salas llenas de viejitos,
tales como urología y sus muchos pacientes prostáticos.
En fin, que ya David nada más
me decía …‘calma Nerón’, como a aquel perro mítico por su arrojo y bravura.
Además nos hicimos buenos
amigos. Iba a mi cuarto con su pelota de basquetbol en la mano después de
jugar; contábamos anécdotas del mundillo oftalmológico; me invitaba a reuniones
de la Sociedad Mexicana de Oftalmología y en fin, me hizo oftalmólogo y fui la
punta de flecha que abrió poco después la puerta a tantos y tantos médicos que
se han hecho oftalmólogos en el Hospital Central Militar.
Fui examinado numerosas veces
por maestros y adscritos. Recogí cartas de reconocimiento por la jefatura del
Servicio por el Detall y por la Dirección del Hospital . Obtuve constancias
como maestro de post grado en oftalmología pero …les cuento y no lo van a
creer:
Cuando muchos años después fue
requisito tener una credencial de “especialista” para que las compañías de
seguros lo aceptaran a uno como miembro de su “red”, aparte de la única que se
requirió durante muchos años y que era la del ‘Consejo’ de cada especialidad,
el cual te califica, te recalifica, te certifica y te re certifica ya sea por
examen o por méritos, cada cinco años, hube, por tanto, de dirigirme a las
oficinas civiles debidas.
Fui junto con un colega que
llevaba miedo de no obtener esa credencial pues se había especializado en un
lugar que era poco más que un modesto centro de salud para problemas de oídos y
ojos.
El la obtuvo de inmediato pero
a mí se me notificó que el ejército y la secretaría de salud habían llegado al
acuerdo de que ningún médico militar sería reconocido como especialista si no
tenía previamente reconocimiento por parte de la Escuela de Graduados de
Sanidad Militar.
Bueno …me dije, …se alargó el
trámite …ni pedo. Pero el pedo se convirtió en cagada porque quien fungía en
aquellos años como director de esa Escuela de Graduados era un oftalmólogo unos
años posterior a mí; que pudo hacerse oftalmólogo en el hospital gracias a la
apertura de la especialidad hecha por mí (David Gutiérrez demostró ante las
autoridades correspondientes que yo era un oftalmólogo exitoso), pero este
director era “poquito de carácter” tal vez “miedosillo” y también “celosillo” y
en vez de hacer lo que hicieron dos compañeros de mi generación (Islas
Marroquín y Miranda Acevedo) (¡saludos desde aquí!) cuando también ellos fueron
directores de esa escuela y les fueron llegando tantos casos como el mío de
compañeros brillantes, especializados antes de que existiera la escuela de
graduados, y que fue luchar junto con ellos hasta obtener su reconocimiento
abordando los trámites necesarios, adjuntándolos con cuanto recóndito e
inimaginable oficio y firma se pudiese obtener. Este se limitó a decirme …‘es
que no puedo hacer nada por ti López Rodríguez’ …no hay papeles tuyos en los
archivos’.
Para mis pulgas, no me quedaba
más que enojarme y sacudirle mis papeles en la cara …u olvidarme del asunto, y
opté por lo segundo, lleno de santa indignación recordando que el destino de
los pioneros era acabar presos y encadenados como Cristóbal Colón o al menos
muy aminorados en prebendas y prestigio como Hernán Cortés por la puta
burocracia que llegó mordiéndoles los talones; como siempre.
Si alguien quería una muestra
de mi soberbia …¡Ahí queda eso!
Además …ni ganas de atender
pacientes de empresas asegurados por compañías privadas.
Nunca lo hice antes y nunca lo
haría después a pesar de la crisis económica y muchas otras crisis de diversa
índole que habían aderezado mi vida.
Prefería una vejez pobre y
digna antes que sentirme empleado (y trabajar conforme a las estipulaciones de
la compañías de seguros que, si bien no te vuelven empleado, si te hacen sentir
un algo …o un mucho como tal).
Aclaro que sólo fui empleado
en el ejército durante mis años en el servicio activo (cinco de cadete, si es
que a eso se le puede llamar empleado), uno de capitán y seis de Mayor.
Terminado este plazo que estipulaba el contrato por doce años que firmé en 1955
al entrar a la Escuela Médico Militar, jamás firmé contrato alguno ni recibí
dinero de patrón alguno en mi vida.
Confieso también que durante
dos años después de salir del hospital, mi padre me ayudó económicamente
mientras hice clientela.
Gracias doy nuevamente ahora
desde aquí a mi padre, quien siempre fue consciente que los largos plazos de ayuda
hacia mí se requerían, y que me procuró no sólo la ayuda mencionada, sino que
me regaló todo el equipo necesario para montar un caro y completo consultorio.
Los obstetras ejercían con dos
dedos como casi único equipo de exploración y los psiquiatras sólo con sus dos
orejas y un chingo de paciencia (los psicoanalistas con “cheslón”) pero los
oftalmólogos …puta madre …¡qué lanal!
Hoy en día adquirimos lo
indispensable y ya casi no compramos equipo costoso individualmente, excepto si
tenemos una sobre especialidad. Lo hacemos entre fuertes grupos para poder
amortizarlos y desecharlos rápidamente exigidos por el rapidísimo avance de la
ciencia y la tecnología.
En el transcurso de ese año de
‘residencia’ y especialización recibí ofertas que me tentaron a tomar otros
derroteros. Una de ellas fue la de quedarme como jefe de ‘residentes’ un año
más.
Me llamó el maestro Gilberto
Lozano, urólogo y subdirector del hospital, quien tenía el consultorio en el
Durango junto con el director, Don Antonio Torres de Anda y el Director de
Sanidad, Don Abelardo Zertuche. Los tres terminaban siempre su consulta antes
de las ocho de la noche pues a partir de esa hora se reunían en el consultorio
de Don Gilberto a jugar la partida de dominó.
Supongo que lo que hizo fue de
común acuerdo con los dos maestros mencionados y, en privado, en sus oficinas. Por
tener yo don de mando, ser un movilizador de camas compulsivo, ordenado y bien
avenido con todo el personal, me preguntó si me interesaba la jefatura de ‘residentes’,
a lo que le dije que no eran esas mis intenciones. Días después me arrepentí
pues mi orgullo era mucho y lo busqué para decirle que aceptaría gustoso el
puesto pero ya era tarde.
También me buscó Alger León
Moreno para proponerme ser su ayudante en la cátedra de cirugía en cadáver y le
contesté lo mismo, que ya mi tiempo estaba completamente ocupado en especializarme.
No sé si de haber seguido un
año más en el hospital y como ayudante de Alger me habrían cambiado las
inclinaciones hacia la cirugía general y gastroenterología, pero pienso que no.
Todavía se me ofreció
nuevamente entrar a hacer la especialidad con grado de maestría durante dos
años en el Hospital General en 1965 y lo consulté con mi padre, quien se me
quedó mirando largamente y me dijo:
---- Lalo …creo que ya debes
empezar a volar con tus propias alas.
…Y pensé: si durante los diez
años que mediaron entre enero de 1955 y diciembre de 1964 no volé con mis
propias alas; entonces …¿qué chingados estuve haciendo?
Pero le hice caso. Respeté su
parecer. Como siempre.
Creí entender que se refería a
volar bajo otros cielos.
Mi padre fue bueno y juicioso
a carta cabal. Un impresionante hombre de negocios. Un industrial sumamente
exitoso y juzgaba el éxito de una manera no exenta de lucimiento económico.
No podía ser de
otra manera, pero él no sabía lo que
significaba una especialidad formal de fondo, con interacciones de equipo
amplias, con relaciones inter nosocomiales abiertas, incluso al extranjero. De
extensión y profundidad suficiente y no nada más de ratos libres. De
enamoramiento hacia maestros y compañeros más allá de lo que amé a los del
Ejército Mexicano.
Yo tampoco lo sabía.
El éxito económico no se hizo esperar. Fue
enorme, pero falto de fuerte y extensa adherencia, así como de buena y duradera
consecuencia.
De cómo manejé mi vida ya fuera del
ejército tratará mi próximo libro si Dios no dispone otra cosa.
_____________________
_____________________