"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

miércoles, 24 de enero de 2018

Alma de Mayor (Parte 29)

     La palabra “poesía” es bella. Significa “creación”. La aprendimos a usar como “poyesis” durante la carrera: ‘hematopoyesis’ ...creación de sangre …‘órganos eritro poyéticos’ ...creadores de eritrocitos, y yo al menos no tuve la epifanía (vulgarmente decimos ‘caer el veinte’) de lo que la palabra ‘poyesis’ significaba, hasta que a los treinta y tantos años me auto regalé de cumpleaños los cuatro grandes tomos del diccionario etimológico de Corominas …¡que deleite de regalo!

     No solamente la etimología de la palabra ‘poesía’ le dio nueva dimensión a mi vida …sí, en serio; …una palabra puede enriquecerte la vida …busca la palabra ‘perro’ en el Corominas y te aseguro que tu concepto de la masculinidad, el matrimonio y la paternidad se te va a convertir en algo más rico y digno.

     También la lectura de la poesía me hizo crecer …pero de eso aún tengo que hablar y será más adelante, máxime que mi grado de Mayor y el del padre de Jaime Sabines, también Mayor, estuvieron y siguen estando para siempre unidos en mi alma y en mi corazón por haberme dado fuerza para sobrellevar la muerte del mío en aquellos años de competencia y locura.

     Como sé que muchos de mis lectores no van a buscar la etimología de perro se las voy a desglosar muy brevemente (en el Corominas ocupa cuatro páginas, mucho, muchísimo más espacio que otras supuestamente cultas e importantes como la palabra ‘persona’ que le sigue a continuación).

     Por cierto que la palabra ´persona’ también es una belleza y de ella les voy a hablar apenas termine con la palabra ‘perro’ pues fue tema central de una pieza con la que me saqué un primer lugar en un concurso de oratoria (durante mis dos primeros años de internado rotatorio hice un curso en ‘ACORH’ (Asociación Cultural de Oratoria y Relaciones Humanas) para darle más brillo a mis participaciones públicas en el hospital, como por ejemplo las famosas ‘sesiones clínico patológicas’).

     Algunos compañeros cultos (¡saludos Pancho Vargas!, ¡Campa!, ¡Fuentes Aguilar!), llevaban como invitado a un viejo médico español refugiado: Don Antonio Oriol Anguera y escuchándolo hablar de medicina lleno de romanticismo y poesía me enamoré del bien hablar, del bien decir y del bien escribir. Gracias Don Antonio …que en Gloria esté ya que muy merecida se la tiene.

     La palabra ‘perro’ es una onomatopeya y viene de cierto ruido hecho para azuzar a los canes en el pastoreo o durante la cacería, algo así como ‘prrr, prrr’.

     La palabra no onomatopéyica fue ‘can’ pero …¿saben por qué perdió terreno y casi desapareció del lenguaje habitual? Por no tener su equivalente femenino ni diminutivo (en serio, por eso fue). No existió la palabra ‘cana’ ni ‘canitos’ para la esposa ni los hijos de papá ‘can’.¡Aguas! aquellos que le tienen miedo a la masculinidad (aunque sea sólo onomatopéyica en algunos), a la vida de pareja y a la paternidad; no vayan a desaparecer.

    Para mi un buen poeta no es aquel que nada más escribe poesía bien, sino aquel que me dice algo que yo creía saber pero que nadie me lo había sabido explicar ni dicho de esa manera.

     En épocas de conflicto espiritual y cuestionamiento acerca del famoso ‘de dónde vengo’ y el ‘adónde voy’; en que se me veía con libros bajo el brazo de títulos tales como ‘Del Bing Bang a los Agujeros Negros’ o ‘Cómo el Hombre Llegó a Ser Gigante’ que, aunque me siguen fascinando, nunca me sacaron de ningún hoyo existencial, me encontré con la poesía.

     En aquel principio de mi romance con ella, mi primera novia fue la poesía de Sabines.

     Con los años fue multiplicándose mi admiración y búsqueda ‘ad infinitum’ y no me quiero salir de esta sección de mi libro sin dar constancia de la poesía que me conmovía y me sigue conmoviendo más profundamente.

     Han sido y hasta la fecha lo son una mujer: Santa Teresa de Ávila, y un hombre: Antonio Machado, los monarcas en el reino de mi vida poética. Entre ellos no hay espacio. Está lleno con deleites tales como José Hernández y su Martin Fierro; Alonso de Ercilla y La Araucana; Zorrilla, Gabriel y Galán, Espronceda, Rafael de León, Miguel Hernández, Benítez Carrasco, López Velarde, Leopoldo Lugones, Quevedo …y …ya …ya …no voy a acabar nunca.

     “Persona”. Hermosa palabra digna para una reflexión de un hombre que aspira aún a serlo a pesar de tantos años de estudio y de ejercicio profesional.

     Ya no digamos: tantos años de vida común y corriente …y menos diré ‘más corriente que común’, porque nada ha tenido de eso …y de la que, si Dios así lo quiere, escribiré más adelante refiriéndome a mis muchos años fuera del ejército.

     Ya lo he dicho y lo repito: “No se mueve la hoja del árbol ni se escribe la página del libro si no es por la voluntad de Dios”.

     Esta palabra viene de ‘hacer sonar la voz a través de’ …‘per sonare’ y si te parece raro eso de ‘hacer sonar la voz a través de’ te remito a la dulce palabra ‘diabetes’ que viene significando: ‘ pasando a través de un sifón’ o alguna mafufada parecida.

     Un ‘per sonare’, o sea una ‘para sonar’, era la máscara parecida a esas de la comedia y la tragedia griegas, y se la ponía el actor ante la cara para que, como caja de resonancia y a través del orificio correspondiente a la boca (como la tarraja de la guitarra …vaya) hiciera más sonora y audible la voz en aquellos teatros al aire libre que quien no los haya conocido no necesita más que volver a ver ‘El Padrino III’ para emocionarse ante una representación de aquellas, pero en la Grecia del siglo veinte ya con otra acústica.

     Lo verdaderamente interesante y enriquecedor de todo este rollo es saber que no cualquiera podía actuar en el antiguo teatro griego. ¡¡Había que ganarse el derecho siendo excelentes individuos!! ...la palabra ‘persona se volvió sinónimo de ‘ciudadan@ de polendas’, de trapío, de buena crianza y mejor lidia …vaya, como los toros que enorgullecen al ganadero.

     Como los seres humanos que enorgullecen a Dios.

     Buscando ser perdonado por éste, mi último arrebato taurino, sobre todo por aquellos enemigos de la fiesta brava (que son muchos …lo sé) les voy a dar un tip que no cualquiera se los da: Si quieren leer algo delicioso acerca de merecerse una actuación y ser una persona cabal según los inventores de la palabra ‘persona’ lean o vuelvan a leer el ‘Cristo de Nuevo Crucificado’ de Nico Kazantzakis (no tiene desperdicio).

     Lo de pedir disculpas por mi afición torera nació a causa de mi libro anterior ‘Alma de Cadete’ habiendo leído el cual uno de mis compañeros de generación me dijo: ¿cómo puedes mostrar tanta supuesta sensibilidad al sufrimiento de los animales (cirugía en animales, cirugía experimental, rastro de aves etc. desglosado en dicho libro) si te muestras tan taurófilo?

     Me sentó bien el puyazo y como soy de buena casta, decidí dar la pelea, pero no con el argumento ya tan sobado de que el Uro era una especie en extinción y que fue rescatado para los juegos taurinos del hombre y que ahora se jode y nos aguanta, pues no existiría de nos ser por nosotros. No …ni madre. Esto, todo, es cierto, pero hay que decir también que fue rescatado por amor y para darle la vida y la muerte que pedía esa tan noble y hermosa especie exactamente igual que los humanos rogamos por una buena vida y por una buena muerte.

     Quisiera, hacer una buena exposición de este asunto.

     Quiero aclararme y aclarar a quien me quiera leer cómo siento yo esto de la fiesta brava entremezclado con el ajedrez y con mi profesión, porque creo mi deber ante ustedes pintarme de cuerpo entero tanto como mayor médico cirujano de veintisiete años de edad haciendo mi cuarto año de ‘residencia’ hospitalaria como de ser humano normal y sin atributo especial alguno …¿les parece raro? ...¿absurdo incluso? ...¡ahí les va!

     El ajedrez me ha mostrado que no basta que uno actúe siempre de acuerdo con los principios reconocidos para volverse grande. Aprendí lo cotidiano y banal que es conseguir ventaja material, que el espíritu de victoria se impone a la materia y que el aficionado al ajedrez percibe en las entregas y sacrificios de gran dimensión la prodigiosa dimensión que él a su vez sueña para su vida y que nunca suele encontrar.

     Lo mismo me sucede con la fiesta brava, pero en la cual el actor principal es el toro; él es quien nos enseña a vivir y a morir. El hombre oficia a su lado y lo acompaña como sacerdote –durante el ritual de sus quince minutos de entrega y de muerte– vestido de luces y bajo el sol. No de matarife trepado en lo alto de un túnel sórdido y oscuro en un rastro que huele a sangre y excremento …y miedo también …pero nada más del animal …no del hombre.

     La res brava empieza a embestir y a pelear desde los dos días de nacida. Tanto el becerro como la vaquilla. Es el único animal que pelea a morir sin necesidad de hambre o de celo sexual o de anhelo de liderazgo. Se dice que pelea por su terreno, pero yo, al verlo salir al ruedo me pregunto ¿el terreno de quien? De ahí nada es suyo y ya pelea. Pelea, embiste y mata porque ese es su código genético. Sólo puede sobrevivir así en un ambiente de absoluto dramatismo primitivo.

     No produce bienes de consumo que justifiquen su existencia en la naturaleza pues no es carroñero ni minero ni equilibrador ecológico en ningún otro sentido. En resumidas cuentas, es un glorioso inútil, pues ni siquiera sirve de presa para otros depredadores.

     El toro bravo fue descubierto, mimado y cultivado por el hombre en un culto dirigido hacia la belleza de la muerte. De la muerte digna y con gloria cómo él la sueña y nunca consigue.

     El protagonista, el héroe, el ejemplo en la corrida es el toro.

     Le han hecho hermosos monumentos en Valladolid, en Málaga, en México …¿En donde están los monumentos a los chingos y chingos de perros sacrificados en el aprendizaje de la cirugía en nuestra Escuela de las Lomas de Sotelo? ¿O a los miles de cerdos y vacas muertos ‘en aras de la ciencia’ en la Universidad de Minnesota?

     Lo que no tolero es el chacoteo taurino; el encierro de los ‘San Fermines’ y menos aún los de ‘Huamantla’. Los pinches festejos taurinos de mierda en plazuelas ignotas mal improvisadas o las tardes en plazas más o menos serias pero de poca monta en las que los diestros ansiosos de cualquier oportunidad aceptan torear marrajos de 5 y 6 años llenos de peligro y sentido, por lo que son maltratados en los chiqueros para restarles fuerza y peligrosidad.

     La fiesta de los toros ha de tener mucha calidad …como el ejercicio de la medicina.

     No se vale andar tratando apendicitis con aspirinas. No se vale hacer corridas de toros de burla y carcajada.

                                          Y me pregunto por qué
                                      ni siquiera en sueños sé;
                                      soñándolos en su empeño,
                                      quien es verdad, quien es sueño
                                      si el torero, todo de oro
                                      o todo de negro el toro.

     Algo así escribía Pepe Alameda.

     …Y  así lo hacía Benítez Carrasco:

  Al filo de tus pitones
 la gloria y la muerte van.
Si a mí la gloria me dan,
 te ruego que me perdones.

     Y me vuelvo a preguntar ¿dónde está la poesía de la Sociedad Protectora de Animales? ...quiero leerla y disfrutarla para ver si me convence más que todos estos poemas con que Manuel Benítez Carrasco exaltó a los perros, a las aves, a los peces, a los caballos y a los toros.

     Este excelso poeta andaluz enamorado de la buena fiesta brava …al igual que yo.

     Cuando estaba terminando el tercer año rotatorio el maestro Abelardo Zertuche consiguió que en el Hospital General de México se abriera una plaza para que yo hiciera ahí la especialidad de Oftalmología.

     Yo le había pedido esta oportunidad hacía ya dos o tres años, cuando me di cuenta de que el oftalmólogo más joven del ejército me llevaba más de quince años de edad. Esto, aunado a los motivos personales y familiares que me inclinaron hacia dicha especialidad, me hizo presumir que ante mí se abría un amplio panorama para no sólo ser oftalmólogo sino para ser jefe de sala y de servicio en no muchos años.

     Tenía la aspiración ¿por qué no? de ser especialista, adscrito y jefe de un servicio dentro del Hospital Central Militar. No quería ir a un batallón de provincia, y uno de los motivos de tanto esforzarme por ser ‘residente’ de cuarto año era por asegurar plaza en el Distrito Federal.

     Mi concepto de la medicina en provincia era malo y pobre. Hacía mío ese dicho de ‘fuera de México todo es Cuautitlán’ y pensaba que la vida en provincia era como la del Chilpancingo recién conocido y vivido por un mes y que, aún siendo capital de un estado, era lugar muy poco atractivo para mí.

     Pensaba que no sólo en lo profesional era pobre, sino en lo social e intelectual; que fuera del cura, el maestro, el boticario y el veterinario, no habría con quien platicar ni jugar ajedrez.

     Mi idea de la provincia venía de los pueblos de mis padres, de Chilpancingo y del rencoroso concepto que tenía de Monterrey mi hermano Ángel, quien había estudiado ahí la carrera y se la pasaba haciendo mofa  de aquella ciudad con su banda de amigos intelectualoides.

     Hablaban de que era una ciudad inocentona, sin diversiones, cerrada a los chicos del D. F., y yo creo que por este lado frustrante para ellos, estudiantes foráneos, andaba el problema pues hoy en día me parece un sitio ideal para vivir, progresar y ser un excelente profesionista, así como un feliz y digno ciudadano.

     Dicen que si quieres hacer reír a Dios le platiques tus planes.

     Al año siguiente de mi charla con el maestro Zertuche se metieron a hacer Oftamología en el mencionado Hospital General, que era el mejor lugar para hacerlo en México, cuatro compañeros: uno mayor que yo por un año y tres mayores que yo por tres años.

     ¡Caput! con mis aspiraciones. Me esperaría un futuro como oftalmólogo en el hospital regional de alguna provincia, necesitado de dicho servicio.

     Ya lo había en Veracruz y en Irapuato, pero faltaba en Mérida y en Chilpancingo …¡en la madre!

     Aquel 1964 en que mi plaza me esperaba para hacerme especialista, yo tenía por delante un cuarto año de ‘residencia’ en medicina y cirugía general  largamente esperado; esforzadamente peleado que me aseguraba la estancia en el D. F. y el goce de las mieles de un triunfo como pocos hay en la vida.

     …Tomé una peregrina, peligrosa y valiente decisión:

     Haría las dos cosas. Sería ‘residente’ de cuarto año y en mis momentos libres me haría oftalmólogo dentro del Hospital Central Militar que en aquel entonces no daba especialidad alguna, como no fuera algo en el área de psicoanálisis dentro del servicio de Psiquiatría.

     La “Escuela de Graduados” no existía aún y para especializarse había que ir a otros lugares. En el Distrito Federal los más conocidos (al menos para mí) y reconocidos, sin necesidad de ir al extranjero, eran el Hospital de Enfermedades de la Nutrición para hacerse gastroenterólogo, el Instituto Nacional de Cardiología para hacerse cardiólogo, el Hospital Infantil para hacerse pediatra y el Hospital General de México para hacerse oftalmólogo.

     Me sentí capaz de ser pionero y de abrir la especialidad en mi hospital, para lo cual me puse en contacto con David Gutiérrez Pérez.

     Este binomio: David Gutiérrez–Eduardo López fue oportuno y luminoso.

     No hubiera podido hacer la especialidad sin sus apuntes, orientación y oportunidades.

     El acababa de ingresar al Servicio de Oftalmología como adscrito después de terminar los dos años de especialización en el Hospital General y se volvió el brazo armado de Don Abelardo Zertuche, quien poco después fue nombrado Director de Sanidad Militar.

     Ya no era un binomio, era un trinomio: la posición privilegiada del maestro (don Abelardo), un adscrito impetuoso (David) y un ‘residente’ ansioso; que era yo.

     Empezó a llegar equipo nuevo a la sala. Se impuso el plan de estudios de post grado del Hospital General y yo copiaba apuntes, entraba a cirugías de ojos todo lo que podía, cedía grandes y múltiples oportunidades a mis agradecidos residentes de tercer año, iba a cursos de especialidad fuera del hospital en mis tardes libres, ordenaba transparencias, armaba conferencias, aprovechaba oportunidades quirúrgicas, sondeaba lagrimales en cadáveres, operaba ojos en los asilos de ancianos de la Secretaría de Salubridad, pastoreaba cataratas por las salas llenas de viejitos, tales como urología y sus muchos pacientes prostáticos.

     En fin, que ya David nada más me decía …‘calma Nerón’, como a aquel perro mítico por su arrojo y bravura.

     Además nos hicimos buenos amigos. Iba a mi cuarto con su pelota de basquetbol en la mano después de jugar; contábamos anécdotas del mundillo oftalmológico; me invitaba a reuniones de la Sociedad Mexicana de Oftalmología y en fin, me hizo oftalmólogo y fui la punta de flecha que abrió poco después la puerta a tantos y tantos médicos que se han hecho oftalmólogos en el Hospital Central Militar.

     Fui examinado numerosas veces por maestros y adscritos. Recogí cartas de reconocimiento por la jefatura del Servicio por el Detall y por la Dirección del Hospital . Obtuve constancias como maestro de post grado en oftalmología pero …les cuento y no lo van a creer:

     Cuando muchos años después fue requisito tener una credencial de “especialista” para que las compañías de seguros lo aceptaran a uno como miembro de su “red”, aparte de la única que se requirió durante muchos años y que era la del ‘Consejo’ de cada especialidad, el cual te califica, te recalifica, te certifica y te re certifica ya sea por examen o por méritos, cada cinco años, hube, por tanto, de dirigirme a las oficinas civiles debidas.

     Fui junto con un colega que llevaba miedo de no obtener esa credencial pues se había especializado en un lugar que era poco más que un modesto centro de salud para problemas de oídos y ojos.

     El la obtuvo de inmediato pero a mí se me notificó que el ejército y la secretaría de salud habían llegado al acuerdo de que ningún médico militar sería reconocido como especialista si no tenía previamente reconocimiento por parte de la Escuela de Graduados de Sanidad Militar.

     Bueno …me dije, …se alargó el trámite …ni pedo. Pero el pedo se convirtió en cagada porque quien fungía en aquellos años como director de esa Escuela de Graduados era un oftalmólogo unos años posterior a mí; que pudo hacerse oftalmólogo en el hospital gracias a la apertura de la especialidad hecha por mí (David Gutiérrez demostró ante las autoridades correspondientes que yo era un oftalmólogo exitoso), pero este director era “poquito de carácter” tal vez “miedosillo” y también “celosillo” y en vez de hacer lo que hicieron dos compañeros de mi generación (Islas Marroquín y Miranda Acevedo) (¡saludos desde aquí!) cuando también ellos fueron directores de esa escuela y les fueron llegando tantos casos como el mío de compañeros brillantes, especializados antes de que existiera la escuela de graduados, y que fue luchar junto con ellos hasta obtener su reconocimiento abordando los trámites necesarios, adjuntándolos con cuanto recóndito e inimaginable oficio y firma se pudiese obtener. Este se limitó a decirme …‘es que no puedo hacer nada por ti López Rodríguez’ …no hay papeles tuyos en los archivos’.

     Para mis pulgas, no me quedaba más que enojarme y sacudirle mis papeles en la cara …u olvidarme del asunto, y opté por lo segundo, lleno de santa indignación recordando que el destino de los pioneros era acabar presos y encadenados como Cristóbal Colón o al menos muy aminorados en prebendas y prestigio como Hernán Cortés por la puta burocracia que llegó mordiéndoles los talones; como siempre.

     Si alguien quería una muestra de mi soberbia …¡Ahí queda eso!

     Además …ni ganas de atender pacientes de empresas asegurados por compañías privadas.

    Nunca lo hice antes y nunca lo haría después a pesar de la crisis económica y muchas otras crisis de diversa índole que habían aderezado mi vida.

     Prefería una vejez pobre y digna antes que sentirme empleado (y trabajar conforme a las estipulaciones de la compañías de seguros que, si bien no te vuelven empleado, si te hacen sentir un algo …o un mucho como tal).

     Aclaro que sólo fui empleado en el ejército durante mis años en el servicio activo (cinco de cadete, si es que a eso se le puede llamar empleado), uno de capitán y seis de Mayor. Terminado este plazo que estipulaba el contrato por doce años que firmé en 1955 al entrar a la Escuela Médico Militar, jamás firmé contrato alguno ni recibí dinero de patrón alguno en mi vida.

     Confieso también que durante dos años después de salir del hospital, mi padre me ayudó económicamente mientras hice clientela.

     Gracias doy nuevamente ahora desde aquí a mi padre, quien siempre fue consciente que los largos plazos de ayuda hacia mí se requerían, y que me procuró no sólo la ayuda mencionada, sino que me regaló todo el equipo necesario para montar un caro y completo consultorio.

     Los obstetras ejercían con dos dedos como casi único equipo de exploración y los psiquiatras sólo con sus dos orejas y un chingo de paciencia (los psicoanalistas con “cheslón”) pero los oftalmólogos …puta madre …¡qué lanal!

     Hoy en día adquirimos lo indispensable y ya casi no compramos equipo costoso individualmente, excepto si tenemos una sobre especialidad. Lo hacemos entre fuertes grupos para poder amortizarlos y desecharlos rápidamente exigidos por el rapidísimo avance de la ciencia y la tecnología.

     En el transcurso de ese año de ‘residencia’ y especialización recibí ofertas que me tentaron a tomar otros derroteros. Una de ellas fue la de quedarme como jefe de ‘residentes’ un año más.

     Me llamó el maestro Gilberto Lozano, urólogo y subdirector del hospital, quien tenía el consultorio en el Durango junto con el director, Don Antonio Torres de Anda y el Director de Sanidad, Don Abelardo Zertuche. Los tres terminaban siempre su consulta antes de las ocho de la noche pues a partir de esa hora se reunían en el consultorio de Don Gilberto a jugar la partida de dominó.

     Supongo que lo que hizo fue de común acuerdo con los dos maestros mencionados y, en privado, en sus oficinas. Por tener yo don de mando, ser un movilizador de camas compulsivo, ordenado y bien avenido con todo el personal, me preguntó si me interesaba la jefatura de ‘residentes’, a lo que le dije que no eran esas mis intenciones. Días después me arrepentí pues mi orgullo era mucho y lo busqué para decirle que aceptaría gustoso el puesto pero ya era tarde.

     También me buscó Alger León Moreno para proponerme ser su ayudante en la cátedra de cirugía en cadáver y le contesté lo mismo, que ya mi tiempo estaba completamente ocupado en especializarme.

     No sé si de haber seguido un año más en el hospital y como ayudante de Alger me habrían cambiado las inclinaciones hacia la cirugía general y gastroenterología, pero pienso que no.

     Todavía se me ofreció nuevamente entrar a hacer la especialidad con grado de maestría durante dos años en el Hospital General en 1965 y lo consulté con mi padre, quien se me quedó mirando largamente y me dijo:

     ---- Lalo …creo que ya debes empezar a volar con tus propias alas.

     …Y pensé: si durante los diez años que mediaron entre enero de 1955 y diciembre de 1964 no volé con mis propias alas; entonces …¿qué chingados estuve haciendo?

     Pero le hice caso. Respeté su parecer. Como siempre.

     Creí entender que se refería a volar bajo otros cielos.

     Mi padre fue bueno y juicioso a carta cabal. Un impresionante hombre de negocios. Un industrial sumamente exitoso y juzgaba el éxito de una manera no exenta de lucimiento económico.

     No podía  ser  de otra  manera, pero él no sabía lo que significaba una especialidad formal de fondo, con interacciones de equipo amplias, con relaciones inter nosocomiales abiertas, incluso al extranjero. De extensión y profundidad suficiente y no nada más de ratos libres. De enamoramiento hacia maestros y compañeros más allá de lo que amé a los del Ejército Mexicano.

     Yo tampoco lo sabía.

     El éxito económico no se hizo esperar. Fue enorme, pero falto de fuerte y extensa adherencia, así como de buena y duradera consecuencia.

     De cómo manejé mi vida ya fuera del ejército tratará mi próximo libro si Dios no dispone otra cosa.

    





_____________________

_____________________

1 comentario: