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LOS COCHES
BIENAMADOS
Ese
Mercedes negro fue luego mío pues entre los hermanos se decidió regalarle a
mamá, ya viuda, un Borgward nuevo (que por cierto resultó una mierda) alegando
que el Mercedes ya tenía varios años y andaba fallando.
Para
quedarme con él y cooperar con la compra del Borgward tuve que vender mi
Plymouth de segunda mano que era una chulada: negro todo, como toro zaíno, con
interiores rojo sangre (Manolo, mi hermano mayor, decía que parecía coche de
político o de gángster …yo decía que de torero).
Desde
luego nada parecido a las limusinas de negro millonario americano de los
sesenta con vestiduras de piel de tigre, tapices de angora y cosas parecidas
…que me parecían inoperantes en mi caso, pero fascinantes en todo su raro
esplendor.
Papá me
había recomendado comprarme algo sencillo, bueno y práctico; algo así como un
“Ford 200”, auto semi compacto relativamente económico que tuvo un éxito
considerable ante el empuje irresistible de los “vochitos”.
Este
Plymouth lo compré al deshacerme de mi primer coche, el querido Opel verde que
me regaló mi padre cuando terminé el quinto año de la carrera y dejé de estar
acuartelado durante todo el año de pasante, antes de volver a estarlo como
médico interno.
Papá daba
consejos cojonudos y los daba sólo a
quien se los pedía; no andaba chingando con ellos a medio mundo ni era ningún
‘tío sentencias’.
Para
contestar a mi pregunta de cómo saber cuándo llevar un coche a revisión al
taller me contestó:
---- Se
siente en las nalgas.
En aquel
tiempo no se acostumbraban las revisiones periódicas ni por determinado
kilometraje.
Cuando
quise vender el Opel y le pregunté acerca del precio que debería pedir por él,
me dijo:
----
Averígualo por ti mismo …ya es tiempo que empieces a sufrir por tus bienes.
… Y empecé
a sufrir, al menos en mi amor propio pues al ir de lote en lote de autos usados
me sentí humillado cuando un lotero, al regatearle yo quinientos pesos en el
precio me dijo que “el no regateaba por pendejadas” nunca supe si le dijo
pendejo al Opel o al precio …o a mí: pinche jovenzuelo aspirante a negociante
…y no le diré pinche al lotero quien, aunque lo era ...me hizo un gran favor al
empezar a mostrarme realidades y a superar vergüenzas para mí todavía desconocidas.
Finalmente
lo dejé como parte del pago del soberbio Plymouth negro con sus apenas
veintiocho mil kilómetros y que
me salió magnífico. Había sido de un propietario de
apellido judío que seguramente no era el junior de esa familia.
Conocí a
una ancianita que siempre compraba coches usados y tenía una mano excelente
para escogerlos sin el consejo de nadie.
Una vez
le pregunté que cómo le hacía y me confesó que tomaba la decisión encendiendo
el radio del auto escogido y según el tipo de música que oía suponía quién
había sido su propietario y decidía o no la compra.
Sin
comentarios …¡qué chingona idea! …siempre y cuando algún lavacoches otoñal no le hubiera puesto música
clásica al radio del coche de un junior rockero mientras lo estaba lavando
estando ya el auto en el lote.
El
automóvil entre nosotros los latinos tiene un significado especial, me han
dicho algunos psiquiatras. Representa nuestra libertad y nuestra autoestima;
por eso nos encabronamos tanto en las peleas de sus asuntos. Yo creo que además
es parte de nuestro aprendizaje amatorio …y no por que se presta a la conquista
y al sexo, sino porque en verdad lo amamos.
Decía
Erich Fromm en su libro: “El Arte de Amar” que quien cree saber amar sin
haberlo practicado, es como el pintor que se para ante el lienzo, con paleta y
pinceles en ristre, sin haberlo hecho nunca antes y cree que va a lograr una
obra maestra. El sostenía que hay que amar a las plantas, a los animales, a la
gente para saber amar a una pareja (no mencionaba a los coches pero lo hago yo
…que chingaos; él seguramente no manejaba). Que esos enamorados de espaldas al
mundo viéndose uno en los ojos del otro no están viviendo su gran amor sino su
gran soledad.
Verse en
los ojos uno del otro …ni madre …hay que mirar ambos hacia delante …en la misma
dirección.
La
historia de nuestros coches es apasionante y así lo aprendí leyendo el
regocijante, dramático y conmovedor blog en cuatro capítulos de mi hija Anaí
(Coyoacan Jane) titulado “Jau Not To Drive”) (‘How not to Drive’).
Quien,
además de todo esto, le haya enseñado a manejar a un hijo pequeño, como lo hice
yo con Anaí cuando estaba separándome de su mamá y anhelaba la compañía de esa
hija que perdía poco a poco …ya me dirá si recuerda o no en qué coche le enseñé
y si amó o no a ese auto …pequeño pedazo del hogar abandonado y perdido.
Pero
cuando llegué con mi Mercedes a la segunda compañía de sanidad Anaí estaba
todavía en la bolsa del cura. Faltaban muchos años para que naciera y Dunia estaba
a punto de nacer.
Dunia
nació en diciembre de mil novecientos sesenta y cinco. Al año de haber
terminado yo mi residencia y Thaida casi tres años antes.
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