"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

viernes, 2 de marzo de 2018

Alma en Tránsito Capítulo 3: Los coches bienamados


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LOS  COCHES  BIENAMADOS


     Ese Mercedes negro fue luego mío pues entre los hermanos se decidió regalarle a mamá, ya viuda, un Borgward nuevo (que por cierto resultó una mierda) alegando que el Mercedes ya tenía varios años y andaba fallando.

     Para quedarme con él y cooperar con la compra del Borgward tuve que vender mi Plymouth de segunda mano que era una chulada: negro todo, como toro zaíno, con interiores rojo sangre (Manolo, mi hermano mayor, decía que parecía coche de político o de gángster …yo decía que de torero).

     Desde luego nada parecido a las limusinas de negro millonario americano de los sesenta con vestiduras de piel de tigre, tapices de angora y cosas parecidas …que me parecían inoperantes en mi caso, pero fascinantes en todo su raro esplendor.

     Papá me había recomendado comprarme algo sencillo, bueno y práctico; algo así como un “Ford 200”, auto semi compacto relativamente económico que tuvo un éxito considerable ante el empuje irresistible de los “vochitos”.

     Este Plymouth lo compré al deshacerme de mi primer coche, el querido Opel verde que me regaló mi padre cuando terminé el quinto año de la carrera y dejé de estar acuartelado durante todo el año de pasante, antes de volver a estarlo como médico interno.

     Papá daba consejos cojonudos y los daba  sólo a quien se los pedía; no andaba chingando con ellos a medio mundo ni era ningún ‘tío sentencias’.

     Para contestar a mi pregunta de cómo saber cuándo llevar un coche a revisión al taller me contestó:

     ---- Se siente en las nalgas.

      En aquel tiempo no se acostumbraban las revisiones periódicas ni por determinado kilometraje.

     Cuando quise vender el Opel y le pregunté acerca del precio que debería pedir por él, me dijo:

     ---- Averígualo por ti mismo …ya es tiempo que empieces a sufrir por tus bienes.

    … Y empecé a sufrir, al menos en mi amor propio pues al ir de lote en lote de autos usados me sentí humillado cuando un lotero, al regatearle yo quinientos pesos en el precio me dijo que “el no regateaba por pendejadas” nunca supe si le dijo pendejo al Opel o al precio …o a mí: pinche jovenzuelo aspirante a negociante …y no le diré pinche al lotero quien, aunque lo era ...me hizo un gran favor al empezar a mostrarme realidades y a superar vergüenzas  para mí todavía desconocidas.

     Finalmente lo dejé como parte del pago del soberbio Plymouth negro con sus apenas veintiocho mil kilómetros y que
me salió magnífico. Había sido de un propietario de apellido judío que seguramente no era el junior de esa familia.

     Conocí a una ancianita que siempre compraba coches usados y tenía una mano excelente para escogerlos sin el consejo de nadie.

     Una vez le pregunté que cómo le hacía y me confesó que tomaba la decisión encendiendo el radio del auto escogido y según el tipo de música que oía suponía quién había sido su propietario y decidía o no la compra. 

     Sin comentarios …¡qué chingona idea! …siempre y cuando algún  lavacoches otoñal no le hubiera puesto música clásica al radio del coche de un junior rockero mientras lo estaba lavando estando ya el auto en el lote.

     El automóvil entre nosotros los latinos tiene un significado especial, me han dicho algunos psiquiatras. Representa nuestra libertad y nuestra autoestima; por eso nos encabronamos tanto en las peleas de sus asuntos. Yo creo que además es parte de nuestro aprendizaje amatorio …y no por que se presta a la conquista y al sexo, sino porque en verdad lo amamos.

     Decía Erich Fromm en su libro: “El Arte de Amar” que quien cree saber amar sin haberlo practicado, es como el pintor que se para ante el lienzo, con paleta y pinceles en ristre, sin haberlo hecho nunca antes y cree que va a lograr una obra maestra. El sostenía que hay que amar a las plantas, a los animales, a la gente para saber amar a una pareja (no mencionaba a los coches pero lo hago yo …que chingaos; él seguramente no manejaba). Que esos enamorados de espaldas al mundo viéndose uno en los ojos del otro no están viviendo su gran amor sino su gran soledad.

     Verse en los ojos uno del otro …ni madre …hay que mirar ambos hacia delante …en la misma dirección.

     La historia de nuestros coches es apasionante y así lo aprendí leyendo el regocijante, dramático y conmovedor blog en cuatro capítulos de mi hija Anaí (Coyoacan Jane) titulado “Jau Not To Drive”) (‘How not to Drive’).

     Quien, además de todo esto, le haya enseñado a manejar a un hijo pequeño, como lo hice yo con Anaí cuando estaba separándome de su mamá y anhelaba la compañía de esa hija que perdía poco a poco …ya me dirá si recuerda o no en qué coche le enseñé y si amó o no a ese auto …pequeño pedazo del hogar abandonado y perdido.

     Pero cuando llegué con mi Mercedes a la segunda compañía de sanidad Anaí estaba todavía en la bolsa del cura. Faltaban muchos años para que naciera y Dunia estaba a punto de nacer.

     Dunia nació en diciembre de mil novecientos sesenta y cinco. Al año de haber terminado yo mi residencia y Thaida casi tres años antes.


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